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Lo Que Siembras, Cosechas Parte III

Si hay un principio claro que corre a lo largo de nuestra vida y que se aplica para todas las áreas en la que el ser humano se pueda desarrollar es: El principio de la Siembra y la cosecha. En el matrimonio este principio de aplica, cada día estamos sembrando en la vida de nuestro cónyuge; los padres no estamos exentos tampoco, cada día estamos sembrando en el corazón de nuestros hijos, y a su tiempo recogeremos lo sembrado.

De la misma manera, aunque muchos hijos no lo tengan presente, o lo desconozcan, ellos también están sembrado en la vida de sus padres, y ellos tendrán que cosechar cuando sean grandes y tengan sus propios hijos. Todos independientemente de lo que seamos y hagamos: En el hogar, fuera de él, en el trabajo, en la escuela, con familiares, con amigos, en la iglesia, fuera de ella; Y qué decir en términos espirituales, todos estamos sembrado y cosecharemos los frutos de esa siembra. 



Y Pablo dice que esa siembra puede ser: Buena o mala; que hay dos clases de sembradores: Los que son Espirituales y los que son carnales; Que hay dos clases de terrenos en donde se siembre la semilla: la carne y el Espíritu; y dos clases de cosechas: destrucción y muerte, o bendición y vida eterna. Y el apóstol Pablo nos dice: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. (v.7). Así que, la preocupación de Pablo es real porque el engaño es real.    Pues no solamente podemos ser engañados por una amenaza externa, sino también cabe la posibilidad de que nosotros mismos nos estemos autoengañando. Tanto el engaño como el autoengaño son propios de la condición humana. 

Pero luego de darnos esta tremenda advertencia, Pablo cambia el tono, y ahora trata de animarnos, de motivarnos, de alentarnos porque estamos en el camino correcto, vamos por la senda que lleva a la vida y nos dice: “Así que no nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo, cosecharemos numerosas bendiciones si no nos damos por vencidos”. Gálatas 6.9. (NTV).  En otras palabras: no te desanimes, sigue adelante, no tires la toalla, no te des por vencido, sigue progresando; aunque no veas los resultados, aunque nadie valore tus esfuerzos, aunque en esta lucha tu pienses que estas solo, Dios está a tu lado. 

  

Y Pablo nos recuerda que habrá un día donde todos tendremos que rendirle cuentas a Dios, que llegará el día final donde cada uno recibirá la recompensa por todo lo que sembró o dejó de sembrar en esta tierra. Pero mientras llega ese día: “no nos cansemos de hacer el bien”.  Si Pablo fuera hispano nos hubiera dicho: “Haz el bien sin mirar a quién”. Este es un proverbio popular que significa que el bien está por encima de cualquier barrera llámese: social, cultural, política, religiosa, étnica, etc., significa que el bien debe de prevalecer sobre cualquier prejuicio que podamos tener.  Durante el ministerio de Jesús, al ver la dureza del corazón de aquellos que se decían estar más cerca de Dios, Cristo les pregunto: “¿Qué es correcto hacer en sábado: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?”. Marcos 3.4. Leer Marcos 3.1-6


Y yo creo que esta pregunta que hace Cristo, sigue estando muy vigente en el día de hoy, porque parece ser que vivimos en una generación desinteresada por el dolor y el sufrimiento anejo. Nuestra sociedad está tan sumergida en prioridades individualistas y materialistas que nadie quiere involucrarse en el dolor de otros.  Nos limitamos a no hacerle daño a nadie y así nos justificamos.  Reflexionemos juntos, porque en el contexto de la iglesia ocurre algo similar a lo que estaba ocurriendo en esta historia.  Porque no todos los que van a las iglesias se reúnen con la motivación correcta y con la actitud correcta.  Algunos vienen a las iglesias para cumplir un requisito que ellos entienden que es bíblico.  Otros porque están obligados, algunos porque tienen una amistad con alguien y quieren compartir algo más dentro de sus propios intereses.  Otros porque están enfrentando alguna necesidad y le han pedido a Dios que les ayude, y entienden que necesitan venir a la iglesia.  

 

Pero otros vienen con sinceridad en su corazón, porque saben que venir a la iglesia, es el resultado de una relación íntima previa con Dios. Lo mismo ocurría en la época de Jesús, no todos los que estaban en la sinagoga tenían la mejor motivación, y este grupo de fariseos es un perfecto ejemplo, aunque en un caso extremo, porque estaban asechando a Jesús para tener los argumentos suficientes para poder matarlo.  Y en esta historia Jesús estaba tratando de ayudarles a cambiar de actitud, a que por un momento tuvieran una luz de compasión y sintieran el dolor que estaba enfrentando este hombre. Y les dice: “¿No creen que es más importante sanar y restaurar la mano de este hombre que por años le ha causado dificultad para vivir, que NO hacerlo?”.  La respuesta era obvia: “Es licito hacer el bien y no el mal”. Pero la situación de indiferencia por el prójimo era tan terrible que Marcos nos dice que Jesús no solo se enojó, sino que su corazón se llenó de una profunda triste. “Jesús miró con enojo a los que lo rodeaban, profundamente entristecido por la dureza de su corazón”. Marcos 3.5.  

 

Te puedes imaginar lo que estaba viviendo el hombre de la mano seca: No solo tenía que cargar con ese dolor físico, sino que estaba imposibilitado para trabajar, no podía ganarse la vida por sí solo.  Los movimientos que tu y yo hacemos rápidos e instintivamente con nuestras manos, aquel hombre no podía.  Su necesidad era apremiante, y ahora esta cerca de Jesús.    Este hombre ha escuchado que Jesús hace milagros, que sana a los enfermos y nunca antes lo ha tenido tan cerca como ahora lo tiene; pero comienza a escuchar que su necesidad pasa a un segundo plano, porque sus lideres espirituales están argumentando que no se puede ayudar a nadie si es sábado.  

 

Yo creo que este hombre pudo haberle dicho: “señores, miren mi necesidad, vean el dolor que he cargado por tantos años.  No puedo valerme por mí mismo, no puedo trabajar para sobrevivir, he sido una carga para mi familia, he sido una carga para la sociedad. Cuando salgo de casa recibo burlas, la gente me mira con desprecio, no tengo amigos, no tengo quien me ayude, nadie se compadece de mí.  ¿Alguien puede ponerse en mi lugar, alguien puede tener un poco de misericordia?”.   Y aquí uno se tiene preguntar: ¿En qué punto de sus vidas los lideres religiosos y sus miembros perdieron toda sensibilidad por el dolor del prójimo? El Señor Jesús responde: “Jesús los miró con enojo y tristeza, al ver la dureza de sus corazones”. Marcos 3.5.    Entonces según nuestro texto la dureza del corazón es una condición interna que se exterioriza con una pérdida de la sensibilidad por el dolor humano.   

La pregunta es: ¿Es posible identificar si nuestro corazón se ha endurecido? Claro que es posible identificar si nuestro corazón se ha endurecido:

1. Cuando a conciencia somos indiferentes ante el dolor:

 En nuestro mundo materialista centrado en lo que yo quiero, en lo que yo necesito, es fácil perder la sensibilidad por el dolor del prójimo.  Y cuando se pierde la compasión y la sensibilidad en la vida, podemos perder mucho más que dinero, mucho más que nuestro valioso tiempo, mucho más que nuestra comodidad. Podemos perder aun lo que más amamos.

2. Cuando hay Amargura y Resentimiento:

 Los fariseos asistían cada sábado a la sinagoga, cada semana estaban en la casa de Dios, cada sábado recibían la palabra de Dios, pero seguían estaban llenos de resentimientos, llenos de amargura que vino a explotar en la persona de Jesús: “Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él para destruirle” (v.6).  

  

Entonces, ¿Cómo revertir o prevenir esa dureza de corazón? Pablo lo responde: 

1. No desaprovechando las oportunidades:  

 "Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos el bien a todos”. (v.10).

  Cada día Dios nos da la oportunidad de hacer el bien, de ayudar, de ser las manos de Dios en esta tierra, no desaprovechemos las oportunidades. Leer Santiago 1.27.    

Cada día podemos involucrarnos con aquellos que no pueden devolvernos el favor, ocuparnos de aquellos de los que nadie se ocupa. 

2. Mostrando el mismo valor que Dios le da a las personas: “Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos el bien a todos, en especial a los de la familia de la fe”. (v.10).  Pablo nos dice que todos tenemos la responsabilidad de ayudar sin discriminar a nadie. Y incluye en especial a nuestros hermanos en la fe.


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